Nómadas Universitarios
- Por: Jessyca Iturralde
- 28 jul 2016
- 4 Min. de lectura
Son las seis de la mañana y el desayuno no está listo, Ana María vive sola y el tiempo no le alcanzó para preparar su almuerzo. Tiende la cama y algo despeinada toma de prisa su mochila esperando no atrasarse a clases. Como ella muchos jóvenes migran de sus provincias a las ciudades principales para poder acceder a una educación superior de mejor calidad. Viven solos, rentando pequeños departamentos o cuartos en alguna residencia.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo INEC, los jóvenes inmigrantes se encuentran mayormente entre los 19 y 24 años representando el 6,69% de la población universitaria.
Ana López nació en Tabacundo, hace cuatro años dejó su hogar, actualmente vive en un pequeño departamento que comparte con su hermana. El lugar es cómodo, está ubicado en el barrio la Gasca, cerca de la Universidad Central que es en donde estudia. Una cocina, dos cuartos y una pequeña sala de estar son suficientes para las hermanas López, la refrigeradora tiene lo necesario, “comemos lo que podemos –dice Mayra- eso sí, gracias a Dios nunca nos falta, pero todo lo que compramos es lo necesario a veces nos damos pequeños lujos y comemos algo más de lo normal”. Es difícil para María mantener su casa y estudiar, pero “siempre hay una recompensa al final del camino.
Trabajó en atención al cliente en la panadería “Pan y anís” ubicada en la 18 de Septiembre, cerca al IESS, en centro norte de capital. Los problemas no faltaron, los dueños del negocio conociendo su situación se aprovechaban, no respetaban sus días libres, sus horas extras no eran remuneradas y las constantes humillaciones por su origen era el pan de cada día. “A veces trabaja todo el día –afirma Mayra- incluso faltaba a clases, pero era necesario porque las deudas no te esperan, el hambre tampoco pide permiso”.
Estos problemas la llevaron a renunciar, durante algún tiempo buscó un trabajo de medio tiempo, al no conseguirlo decidió emprender en el negocio de la venta de postres en las instalaciones de la facultad para solventar los gastos de arriendo, servicios básicos y educación, pues aunque cuenta con el apoyo de sus padres este no es suficiente. Esa es la realidad de muchos de estos jóvenes migrantes, trabajar para poder estudiar, es el caso de Carlos Martínez, estudiante de Psicología, quien trabajó durante más de un año como mesero en un restaurante, para él principal problema ha sido buscar un lugar estable para vivir pues al terminar cada semestre debía desocupar el lugar donde vivía.
Según diario El Telégrafo las ciudades que reciben a estudiantes de otros lugares son Guayaquil, Quito y Cuenca. Pichincha abarca el 27% del total de estudiantes universitarios del todo el país, según indica diario El Comercio.
Los dueños de las residencias estudiantiles conocen de cerca esta realidad, la señora Mirian Chuchuca es dueña de una casa blanca, con un todo azulado a los lados, con tres departamentos, se observa muy acogedora desde la esquina de la Bolivia y Estuardo Salgado. Mirian afirma que prefiere arrendar a estudiantes, busca que estos sean tranquilos con el fin de evitar problemas pues en una ocasión arrendó a dos muchachas que parecían buenas “me dijeron que estudiaban en la misma universidad, aceptaron mis reglas y pensé que fue buena idea aceptarlas en la casa, sin embargo con el paso de las semanas empecé a notar que todos los fines de semana llegaban tarde, eran unas borrachas vividoras”.

Para un estudiante de provincia es ser difícil ganarse la confianza del arrendatario como nos cuenta María López “en la primera casa en la que viví habían algunas reglas, como no llegar tarde o no meter amigos a la casa, las fiestas estaban prohibidas”, pero ella siempre supo respetar estas normas aunque esto no quita que la arrendataria la moleste con reclamos como dejar su ropa mucho tiempo en el tendedero o no tener limpio el pequeño patio con rosas y girasoles ubicado en la parte frontal de a casa.
La migración estudiantil trae consigo un grave problema social, la desintegración familiar afirma Estefanía Castro psicóloga del Centro de Salud #4 de Quito ubicado en Chimbacalle. A escala nacional el 27.3% de los 3,8 millones de hogares tiene algún mimbro que se trasladó a otra ciudad en busca de un título universitario o empleo, las cifras corresponden al INEC.
Mayra Fernández, estudiante de séptimo semestre de la facultad de administración cuenta que lo más difícil de estar solo son las condiciones de vida, pues ha tenido que cambiarse varias veces de domicilio, al inicio compartía cuarto con una conocida “tuve problemas con esa chica ya que era muy desordenada, no mantenía limpia la cocina y llegaba tarde”, estos problemas hicieron que busque un lugar barato en el que pudiera vivir sola, es así como se trasladó al bario la Ferroviaria. En este lugar no tuvo mejor suerte, pues el arrendatario le corta el servicio de agua potable si no pagaba el arriendo en el día establecido “no me perdonaba ni un día, hasta cambiaba el candado de la puerta para que no pueda entrar”.
La discriminación fue otro problema al que se enfrentaron María y Carlos. “Llegar a un lugar en el que no concones a nadie –cuenta Carlos- , personas con otro ritmo de vida y otras costumbres no es fácil, yo provengo de Tulcán y tuve muchos problemas, mis compañeros me excluían y se burlaban por mi forma de hablar y hasta de vestir” aunque con el tiempo esto llega a quedar como anécdota pues tanto ellos como sus amigos llegan a entender la diversidad de costumbres.
La Universidad Central del Ecuador ha recibido en su seno desde hace mucho tiempo a estudiantes de provincia que llegan a la capital con el anhelo de obtener un título universitario y brindar a sus familias un mejor estilo de vida. Durante años, generación tras generación profesores y alumnos han compartido con estos jóvenes cumpliendo en muchos casos el rol de familia para ellos.
Comments