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¿Yo, ninfómana?

  • Deysi Torres
  • 7 ago 2016
  • 8 Min. de lectura


Los secretos al aire se pudren, no se esfuman pero pierden belleza. Ser observadora me permitió desarrollar la capacidad de percibir lo que va a pasar. Sabía si un mal entendido se tornaría en una dramática pelea o si las personas eran hipócritas. El truco era prestar más atención a los ojos y a las acciones que a las palabras.


En el transcurso de mi vida, cuando contaba a alguien sobre mis actividades sexuales sus caras se tornaban serias, sorprendidas. Tenía dificultades en diferenciar la cara de indignación con la de preocupación, en tal caso, no era algo positivo. Comprendí que el mundo no tolera una dosis extra de sinceridad. Las miradas de las personas me hicieron consciente de que debía inventar o agregar experiencias “normales” a mi vida sexual, de las cuales pudiera hablar en cualquier espacio.


Negué lo que realmente era. Tenía un secreto disfrazado, un mal secreto. Cuando tienes un “secreto dañado”, este puede llegar a convertirse en pesadilla: te acorrala, te acosa, te deteriora y oprime. Eso no es admirable, deja de ser bello para convertirse en vergüenza, que solo se cura confesándola.

****


A la edad de cinco años, encontré un libro de sexualidad. Al abrirlo, vi la imagen de un hombre y una mujer desnudos. El genital masculino llamó mi atención, no me horrorizó ni tuve asco, de hecho, quería indagar más. En cuanto a la mujer, no podía dejar de ver sus senos, era un cuerpo real. Salté las páginas de texto. En una fotografía posterior observé a una pareja. Ella estaba sobre él, no se veía la obscenidad de la pornografía, solo sus siluetas. No sonreían pero estaban como felices. Sentí unas cosquillitas que me hicieron apretar las piernas.


En mi infancia no tuve traumas por desintegración familiar, ni padres locos, maltratadores o borrachos, ambos eran cariñosos. En la escuela tenía amigos, era buena alumna, menos en lenguaje, el dictado me jodía. Sin embargo, en materia de sexualidad he sido bastante curiosa. Era una niña común.


Por ser hija única mis padres me dejaban ir todas las tardes a jugar con mis primos, ellos vivían cerca de mi casa. Yo tenía ocho años, mi primo Itzel siete y mi prima Ana, ocho. A pesar de la misma edad que Ana, yo prefería jugar con Itzel. Por un largo tiempo jugábamos “al doctorcito”. –A ver abra la boca y diga ¡ah!, -¡aaah!, -Bien escucharé tu corazón. Acercaba algún instrumento improvisado que simulaba ser un estetoscopio. – Respire. Luego un golpecito en la rodilla, – ¿Le duele? –No, Doctor. – ¿Y aquí? (Tocaba mi muslo). –Tampoco, Doctor. Así continuaba hasta tocar mi “conchita, flor, cosita, pechuguita, cuevita, el tesorito” llámele como guste. Con el tiempo, no importaba el juego y terminábamos tocándonos. La nevera de la tía fue testigo de cómo con un hielo calmábamos el calor.


A veces, nos besábamos y lo hacíamos tan mal que nos quedábamos con la boca abierta al mismo tiempo, entonces reíamos. Otras veces, solo yo le tocaba el pito. En otras él no quería jugar, eso me entristecía pues me encantaba jugar a refregar nuestros cuerpitos. Ana nunca jugó con nosotros. Si en el doctorcito¨ no quería ser la enfermera, que veía y pasaba las cosas, la descolábamos. Nunca nos acusó.


Después de dos años mis primos se mudaron. Los he vuelto a ver, pero nunca mencionamos nuestros juegos. Mi primo está casado y tiene dos niñas preciosas. Ana está divorciada con una hija. Jamás volví a jugar con otro niño en la infancia un juego similar.


El ¨compañerito¨ para Squirt


Squirt es el término que se usa para denominar la eyaculación femenina. Las mujeres pueden llegar a dos tipos de orgasmos: el vaginal (interno) y el clítoriano (externo). En algunos casos, cuando la mujer llega al orgasmo puede expulsar un líquido, esta sustancia se origina en las glándulas de Skene o Parauretrales y no tiene semejanza alguna con el semen. Existen casos de mujeres que eyaculan en grandes cantidades, de forma rápida y violenta, a este tipo de mujeres se las denominan “mujeres manantial”. Por otro lado, la mayoría de las mujeres tienen la capacidad de eyacular, pero no todas lo pueden notar, debido a la escasez del líquido expulsado.


Esto lo descubrí hace algunos años. De niña, a mis 12 años ya me masturbaba externamente. A los 14, introducía muy despacito mis dedos, me daba miedo, por esa vuelta de ser virgen. Cada vez que mis padres salían y me dejaban sola ¡yujuuu! empezaba la diversión. Algunas veces en el colegio mientras “atendía” a clases, colocaba mi mochila sobre mis piernas y me pasaba la mano metida entre los muslos, nadie lo notaba. A esa edad no necesitaba más que mis manos y mi enorme imaginación.


Hoy, a mis 25 años continúo masturbándome pero ahora tengo un “compañerito” (así bauticé al vibrador). Lo conocí en una época difícil en la que me sentía sola, aburrida, las cosechas eran bajas o quizás no quería estar con nadie. A los 21 años una amiga cercana me habló de las bondades de tener un “compañerito”. No fue difícil conseguirlo. En todo Quito existen tiendas exclusivas con juguetes sexuales. Yo visitaba la tienda Pk2, en la Y.


Al comprarlo conocí que este amiguito nos acompaña desde 1880 por recomendación médica. Las mujeres de aquella época, visitaban al médico por un masaje estimulante en el clítoris, santo remedio para el mal genio. La demanda era tal, que el doctor Joseph Mortimer patentó el primer vibrador electromecánico. Al igual que muchas mujeres, entré en un dilema por comprar uno y dije a la vendedora “es un regalo para una amiga”.


La primera vez que mi “compañerito” me llevó a un orgasmo supe que más allá de ser mi amante, sería mi cómplice. Con él, encuentro un momento solo para mí, un lugar donde puedo ir cuando el resto del mundo me agobia. Sientes como que te encalambra el alma, el tiempo se detiene y la sensación llega hasta el centro de las entrañas. Usar un vibrador pasa de lo físico a lo mental. La semejanza con el orgasmo común es la delicia de perder la cabeza y los estribos.


Todas deberíamos tener uno. Así te conoces, te llena, descubres nuevas sensaciones, es fiel, no escuchas cantaletas y mientras tenga baterías siempre estará dispuesto para desfogar los deseos incumplidos de aquellos que te quieres coger. Estoy consciente que el vibrador nunca va a reemplazar a un hombre pero éste nunca dará tanta lata.


Lo utilizo casi todos los días. ¿Soy ninfómana por eso? Tal vez sí. Psicológicamente esta adicción está descrita como la necesidad incontrolable por el sexo de todo tipo, aunque su motivación lúdica está fijada con las relaciones sexuales con otras personas. En esta categoría, también entra el exceso de masturbación, un ávido consumo de pornografía y el exhibicionismo.


Cam4 no les dejo ver mi cara pero les muestro mi cuerpo


Jamás uso la pornografía para masturbarme, me parece llena de rutinas tan ridículamente predecibles.


Es real que lo visual estimula, por ello, prefiero ver y hacer films e imágenes eróticas que infieren más de lo que muestran. Toman vida con la imaginación. Me emocionan las respiraciones, las caricias, las miradas, las posturas reales que apunten futuros acontecimientos. Las mujeres somos auditivas, tal vez por ello, me emocionan más los quejidos y susurros que los gritos.


A los 19 años decidí mostrar mi genialidad como guionista, pues comprendía lo elemental de la mente de mi público. Me desnudaba para Cam4, una red social que te paga por cada visita e interactúas con sus usuarios. Por un tiempo tuve más sexo virtual con el computador que con personas. Los expertos llaman a este comportamiento hipersexualidad, cuando impide el funcionamiento social. En mis ocho vídeos siempre use máscaras. De mi rostro solo mostré una sonrisa. El resto lo descubría poco a poco.


A pesar de ganar en tres meses 1500 dólares que Cam4 depositó en mi cuenta bancaria, el mayor beneficio fue el contacto de amigos para futuros encontrones. Me encantaba sentirme atractiva, inteligente, poderosa, interesante y se veía que definitivamente no era mujer de un solo hombre. Me gustaba encontrar personas como yo. Aprobé encontrarme con cuantos quise. Era perfecto. Señores, las mujeres podemos entregar la entrepierna sin entregar el corazón, por pura necesidad física. Creamos historias en la que nuestros amigos nos la meten y nos montamos sobre ellos sin preocuparnos en ¡qué cagada cometí!


Podía tener una sola noche sin compromiso. Tengo una colección de penes fotografiados de todas las formas, tamaños y colores en mi memoria. Por cierto, olvídese del mito de que todo negro lo tiene grande. He visto negros y mulatos con proporciones moderadas y blancos muy bien dotados. En la actualidad, Cam4 sigue funcionando pero la etapa de la cuenta de Nathaly gatita se cerró.


Fuck friends


O amigos con derechos. El primer fuck friend lo tuve a los 16 años. En el colegio me gustaba Mario, un compañero churón, flacucho, de 1,63m y bastante feo, para mí un Adonis. No estaba enamorada eso es seguro, pero mierda sí que me gustaba, lo sabía por las hormiguitas en el estómago. Todos en el curso lo sabían y planeaban innumerables citas que fracasaron. ¿La razón? Su desinterés por mí.


Pero un día, después de un porro y una cerveza, en el momento y lugar menos esperado sucedió. Tan solo tratar de recordar, me duele. De repente, todo fueron manos, piel, humedad y pasión. Besarlo, morderlo una y otra vez, sentir que se excitaba me estremecía. Dejé que me bajará el pantalón junto con mi tanga morada de estrellas, hasta las rodillas. Él tampoco se desvistió del todo. No era mi intención perder la virginidad, pero pasó. Ambos inexpertos en las artes amatorias. Ese día entregué la entrepierna y me salió el tiro por la culata (literalmente). Tal vez, fueron tres minutos por delante, cuatro minutos por detrás o quizás menos, no lo sé. Lo cierto es que no sentí placer, solo ardió como infierno.


A los pocos días todo el colegio lo sabía y me miraban con lástima. Tal vez por ello, él me llamó y me pidió una cita formal. Si esto les pasa después de coger, lo que intenta decir la mente masculina es "quería tirar pero tampoco soy un hijue puta”. Pero la mente femenina entiende "me respeta, y me quiere, él es el indicado". Si te pasa esto, huye.


Acepté. Salimos dos veces. La primera cita supe que nunca podría ser su novia, fue un verdadero desastre, no teníamos nada en común. En la segunda tiramos con una pasión animal. Gocé con locura de la más brutal arrechera de energía y vigor. A las dos semanas, él ya tenía novia. Pase un par de días con los ojos desbaratados, podridos en lágrimas y luego nunca más volvimos hablar.


De todo un poquito ¿Por qué no?


Aunque he realizado muy pocas de mis fantasías, creo que he vivido muchas más de las que, sumadas, han cumplido todas aquellas compañeras pueriles del Colegio Consejo Provincial.


Jamás hice un trío, tal vez contigo pueda ser. Pero lo he hecho en lugares públicos, ahí las caricias se aceleran y el peligro llega a ofrecer un buen sabor. He cumplido la fantasía que tiene el 80% de las mujeres: pasar una noche con una persona del mismo sexo. Disfruto del sexo no por ello me acuesto con cualquiera: tengo un tipo de gustos establecido, tanto en lo físico como en el ritual del sexo.


Cargo el acto sexual de emoción y pasión. Lo revisto con protocolos –música, vestuarios o posiciones– según la ocasión. El sexo enriquece extraordinariamente la vida humana, nunca he forzado a nadie, ni me desesperó por él. En el caso de querer, como he dicho, busco alternativas de placer sin necesidad de tener relaciones con alguien.


Ser ninfómana también tiene sus peligros. El sexo tiene riesgos siempre. Considera que aunque estés con tu pareja formal o casual y te protejas nunca eres inmune de que el preservativo se rompa y tengas un embarazo no deseado o peor aún, contraigas una enfermedad. También, está el punto de la depresión que causa la sociedad al hacerte sentir culpable de gozar tu sexualidad, aunque seas responsable. El daño psicológico, el miedo, los prejuicios bobos, la falsa moral y la voz de la conciencia son malos consejeros que pueden llevarte a un suicidio.

¿A alguien le importará?

-No

¿Por qué?

-A sus ojos eres una “sucia puta”.


****

El último con el que me acosté fue casual. Una mañana después de una fiesta, desperté asustada. Por debajo de la sabana palpe mi calzón, estaba todo mojado pero lo llevaba puesto. Desde entonces vivo con él en Colombia tres años. Trabajo de asistente en una oficina de correo. Él trabaja en una empresa de seguridad para eventos, cuando viaja tengo aventuras; cuando no, también.


Él perdonó algunas de mis infidelidades (las que sabe). Lo amo y sé que el amor tiene leyes, como el lenguaje, la gramática. Él me ayuda a salir de la adicción cada vez que me da ganas. Me da lo que quiero para saciarla.


Nadie sabe todo esto, espero toda la información que te he dado Deysi la hayas recopilado adecuadamente y te sirva. Cuando vaya a Ecuador espero vernos en persona.

-Gracias Nathaly. ¿Cuándo vienes?

-Aún no sé, bonita. Ahora sí, cuéntame un poco sobre ti…

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